Cómo Taco Bell mató la creatividad
Había un bar al que me encantaba ir cuando vivía en Barcelona: el Schilling.
Llámalo cafetería, llámalo bar, porque lo mismo ibas a desayunar de buffet, que ibas a tomarte las primeras copas de la noche. Un lugar donde el producto estaba bien, el servicio era bueno y el espacio era especial. De esos sitios con carácter, con alma propia, donde un día vas con unos amigos a echar un algo y, al siguiente, ibas sólo a tomar un café en una de las mesitas donde daba el sol.
La última vez que fui a Barcelona, fui por el camino pensando en las ganas que tenía de ir al Schilling.
Para mi desgracia, cuando llegué, era un Taco Bell.
Cuando me mudé a mi piso actual, encontré una postal del Schilling que me había llevado una de las últimas veces que fui. Y decidí colgarla en el despacho a modo representativo. No de cómo el turismo se carga lo local, sino de cómo las modas se cargan lo auténtico.
Y es que las tendencias, la viralidad, ha llegado a tal punto que se ha comido la creatividad, lo original y la autenticidad.
Los diseñadores vamos como borregos, a la espera de que el flautista toque cuál será el color del año, que material va a ser viral o cuál tipografía se va a poner de moda. Vamos a lo seguro.
“No, pero yo sí innovo” Tu cállate, Rosita. Tu también has pintado media ciudad de 50 sombras de beige, has bañado tu casa en bouclé, como si un gato se hubiese afilado las uñas hasta en el techo, y has explotado tanto la Futura y la Helvética, que hasta les han salido pelotillas.
“lOS DISEÑOS SE VAN REPITIENDO DE NEGOCIO EN NEGOCIO”.
Y es normal, la viralidad vive de eso, de generar una necesidad inmediata. Nos ofrece algo nuevo con lo que experimentar, que no dejas de ver por todas partes, durante un periodo corto de tiempo pero muy intenso, y que acaba obsesionando a diseñadores y clientes.
Pero la viralidad tiene sus consecuencias. Primero, que se van tan rápido como vienen y los diseños pasan a parecer anticuados antes de tiempo. Y, segundo, que está destruyendo tanto la personalidad de los negocios como la de las regiones.
Los diseños se van repitiendo de negocio en negocio, independientemente de si son o no acordes con las características de lo que ofrecen, de si son representativos de lo que ofrecen, de la personalidad de su servicio o de quienes lo reciben.
En mi Instagram, me salen Stories de tres empresas con el mismo diseño de marca: tipografía blanca, rollo Helvética, sobre fondo azul eléctrico. Son una tienda de muebles, una petrolera y un estudio de diseño gráfico. Y, desde mi punto de vista, sólo en el último caso tiene sentido.
Los espacios están prácticamente todos cortados con el mismo cuchillo. Antes eran los espacios con tonos verdes esmeralda y/o rosas, asientos de terciopelo y plantas a techo. Ahora abundan los espacios en unas tonalidades tan variadas (nótese el sarcasmo) que van del beige al marfil, pasando por los arenas claritos, con toques de madera en matices neutros y asientos en bouclé o texturas similares. Y entono el mea culpa, pero es que cuesta hacer otra cosa porque cuesta encontrar mobiliario y objetos decorativos que no vayan con esta tendencia.
Y eso no es lo peor. Lo peor es que puedes ver el mismo diseño en cualquier parte del mundo y eso está haciendo que perdamos identidad. Estamos enterrando cultura bajo capas y capas de tendencias. Están desapareciendo materiales y técnicas características de cada región. Y, con eso, estamos haciendo que el mundo sea un lugar absurdamente plano y aburrido.
No quiero más tendencias. Quiero explorar la identidad estética de Extremadura, innovar con ella. Quiero crear espacios para negocios que sean tan especiales, que tengan tanta personalidad, que se vuelvan míticos. Quiero crear casas para clientes que exploren sus gustos, a pesar y no gracias a las tendencias. Quiero explorar diferentes opciones, jugármela y recuperar la verdadera emoción que antes sentía por mi trabajo, por crear.
Quiero más Schilling y menos Taco Bells.
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